Mineria
El alto de las minas es vario, y lo mismo su ancho. En algunas partes se puede caminar por ellas de pie derecho, y en otras se pasa agachado; pero siempre tienen el ámbito preciso para el desahogado trabajo de los operarios. Los que trabajan y pican las vetas se llaman barreteros; sus instrumentos consisten en unas pequeñas barras de hierro, aserradas por
sus extremidades, de varios tamaños, desde doce hasta veinte pulgadas de largo, y una y medio de diámetro, todas con un extremo en figura de prisma piramidal de cuatro caras. Con ellos desgajan la piedra o el metal, afirmando el instrumento con la mano izquierda y golpeando con la derecha con un martillo de dieciséis a veinticuatro libras de peso; pero en las durezas en que es preciso usar de pólvora, barrenan la piedra o metal con un instrumento parecido a los anteriores, y que sólo se distingue de ellos en que remata a la manera de los escoplos. La operación es ésta: mueven circularmente el instrumento con la mano izquierda, y al mismo tiempo le dan golpes con la derecha, con martillos pequeños de doce a quince libras. Formado ya el barreno hasta una tercia o media vara, lo cargan después introduciendo la pólvora y acomodando una mecha o estopa dentro de una cajita delgada; sujetan la pólvora con un pequeño taco de lana, y continúan esta carga con una barra atacadora.
Según notamos, en el partido de Huarochirí, acostumbran los barreteros hacer la excavación, tres o cuatro veces al día, a fuerza de martillo o cuña; y dos veces solamente cuando usan de la pólvora, cargándola con más o menos cantidad hasta la de cinco onzas, según la dureza del terreno. Los apires cargan los fragmentos que resultan para extraerlos afuera, y esto lo hacen en unos grandes zurrones o capachos. En una mina de cincuenta estados de profundidad extraerán al día de quince a veinte capachos, por lo menos de tres arrobas cada uno.
Siendo así que a proporción de la antigüedad y laboreo de las vetas va aumentándose también la profundidad de la mina, de tal modo que por lo común se llega con el tiempo a paraje donde abunda el agua e imposibilita la continuación de los trabajos; en este caso es preciso desaguarla, lo que se hace por socavones que se rompen en el terreno. Esta operación, sobre ser costosísima, necesita mucho de los auxilios del arte para hacerla con acierto. El socavón es una especie de falsa mina o galería que empieza a abrirse por lo interior del cerro, con un declive que debe ir a parar precisamente al punto donde las aguas se reúnen para facilitar su desagüe, y en esto estriba la mayor dificultad del acierto; pero tiene, a más de este, los inconvenientes del largo tiempo que piden estas obras y de lo mucho que es necesario gastar para conseguirlo.
El método particular que emplean para determinar el punto de su abertura es el siguiente: colocan una regla, como de dos varas, en la boca-mina por la parte exterior, con un nivel encima y una aguja para ponerla horizontal y determinar su rumbo; hecho esto, dejan caer por uno de los cantos de la regla un hilo a plomo hasta que toque el terreno, y miden entonces la longitud del hilo; pasan después la regla al punto del terreno que señaló el aplomo en la estación anterior, y repiten allí la misma operación, continuando de este modo hasta el lugar conveniente, según el resultado de la combinación de los rumbos y la suma de las diversas longitudes perpendiculares del hilo en estas varias operaciones, comparadas con el de otras tantas ejecutadas por la parte exterior de la mina.
Hay circunstancia en que la disposición del terreno o la concurrencia de otras causas particulares, impiden la abertura del socavón; y en este caso se desaguan las minas a mano o con norias. Hacen para ello un pozo perpendicular y un torno con una linterna horizontal compuesta de cuatro radios; de ella sale una lanza en la que se pone una mula y un peón (que casi trabaja tanto como ella) quien va guiándola por detrás con la misma lanza para pararla a cada instante. Al rededor de la linterna se lían, en sentido contrario, dos cuerdas de cuero guiadas por garruchas fijas, de las cuales penden unos baldes de cuero, de manera que una sube cuando baja la otra, del mismo modo que los baldes. Luego que éstos llegan a cierto nivel, hay dentro del pozo varios hombres que los derraman en una canaleta que va cerro abajo, y gritan para que pare el torno o noria, lo cual ejecuta el que acompaña a la mula. Es de advertir que la linterna está cerca del suelo, y las dobles cuerdas tan bajas que el hombre y la mula pasan por encima de ellas, lo cual les embaraza necesariamente algunas
veces.
Para afianzar el árbol del tronco se hace una horca; toda la máquina está construida con la mayor rusticidad, y sólo la pobreza y falta de artífices puede disculpar a los que la usan con tan poca ventaja suya. La concurrencia de varias partículas suele formar cristalizaciones,
concreciones opacas, conglutinaciones muy particulares, en las minas de plata, de tal modo que son señales nada equívocas de la existencia de este metal; de forma que en la misma base o raíz de donde nace la cristalización se ve la plata en figura de cabellos muy sutiles, y
enroscados como si de intento se hubieran puesto así. Descúbrese la plata, en las conglutinaciones, en forma de glóbulos interpolados con la de aquélla, y en las concreciones se ve como superficie llana en pedazos más o menos grandes, siendo rara la mina donde no se encuentran estas señales. Estas conglutinaciones no sólo contienen plata sino que son indicio seguro de su abundancia: su color es negro y parece materia derretida, formando
varios globos de superficie lustrosa. Entre estos mismos sobresalen otros globos de pura plata, en su color blanco natural, y se encuentran también mechones a manera de madejas espesas, de la misma plata, ya tendidos a lo largo y enroscados, ya en forma de cabellos, como si hubiesen nacido y hecho vegetación.
En cuanto a las cristalizaciones varían mucho en la figura. Unas son como diamantes labrados, grandes, pequeños y medianos; tienen otras la figura de agujas, al modo de las que forma el nitro cristalizado; se hallan otras en forma de prismas con diversas superficies; otras tienen bases cuadradas de varios lados terminando en punta de diamante; y en fin
las hay de formas muy raras, asemejándose a peras y otras figuras irregulares; las unas blancas, transparentes como el cristal, y otras de color que tira a morado, y es el único que se les reconoce no distinguiéndose los demás.
No parece raro encontrar en el centro de estas cristalizaciones algún cuerpo extraño, aunque sí lo puede ser el que sean vegetaciones, como alguna paja o ramita, respecto a que en lo interior de la tierra, donde falta el calor del sol y la ventilación del aire, hay vegetación de
plantas; pero lo particular es que en el interior de estas cristalizaciones quedan formadas oquedades, y hay en ellas agua que se mueve con la cristalización como dentro de una redoma. Consérvase esta agua por algún tiempo, aun después de arrancada la cristalización de su matriz, y a proporción de su concavidad permanece, por más o menos tiempo, hasta que al fin se disipa enteramente, debiendo creerse que sale por las porosidades de la misma cristalización.
Fórmanse además otras materias talcosas que hacen hojas circulares blancas como el alabastro, pero sin diafanidad; tienen la figura circular de una pulgada de diámetro más o menos, y el grueso de una linea; se hallan antepuestas las unas a las otras y separadas entre sí. Nacen sobre una base de costra blanca de la misma calidad que las hojas, y según es la
de las sustancias que se incorporan, así son también las producciones. Verifícase esto en las pequeñas concavidades que suelen tener las piedras metálicas, siendo común en éstas descubrir una cristalización de puntas muy menudas, brillantes como los diamantes, por entre las cuales se ven salir los filamentos de la plata aún en lo más profundo de las oquedades, penetrando por dentro las mismas puntas de cristales. Cuando las concavidades son algo capaces, lo son también los cristales; y por el contrario se parecen a cabezas de alfileres cuando aquéllas son pequeñas; pero, así en los grandes como en los chicos, se ven en puntas de diamantes de seis faces. Indican estas cristalizaciones, como ya se ha dicho, que la veta en que están es de metales, y si es de plata aseguran su riqueza. Sacado el metal de la mina se reduce a pequeños pedazos, en cuya operación, que tiene también por objeto separar el metal de ley de la broza o partes inútiles con que está mezclado, se emplean dos o tres
peones, con unos combillos o piedras, operación que llaman chancar. De allí pasan a las haciendas de beneficio, donde se hallan las oficinas correspondientes para extraer la plata. La primera operación es echar los metales al ingenio en que se muelen hasta reducirlos a harina. El más común, y a que dan el nombre de sutil, es como un molino: consta de
una rueda horizontal, que llaman rodezno, de cuatro varas de diámetro, y se mueve por el agua que, descendiendo por un canal en plano muy inclinado, da contra 36 alabes que adornan su circunferencia. El árbol de esta rueda mueve a otra vertical que sujeta a ella por un perno, y esta última gira sobre otra horizontal, plana, afirmada al pavimento como los
molinos de aceite; a los que se parece mucho.
Reducido ya a finísimo polvo aquellos fragmentos metálicos, se pasan a unos cedazos de alambre puestos en plano inclinado; y dándoles movimiento, las partes finas enfilan el cedazo y se obtiene la harina pura. Tiene esta pieza del cedazo el defecto de que arrebata el aire
muchos metales en sus movimientos.
Hay metales que requieren ser tostados o quemados antes del beneficio. Para esto se ponen, hechos harina, en un horno como el del pan, con la diferencia de que el fuego se coloca en una bóveda lateral y el cenicero se halla al lado opuesto; de lo que resulta un canal que corre bajo el plano del horno. Comunícanse hogar y cenicero, y hay una especie de corriente de aire. Aquí pierde la harina metálica varios semi-metales, azufres etc. que llaman los antimonios, y unos metales exigen la quema más subida que otros, y se distinguen en las tres clases de quema baja, de mediana y de subida.
Pasan luego el hormiguillado, que se reduce a labrar el metal con agua y sal, preparándolo así para el beneficio del amalgama. Éste se hace al día siguiente en una especie de patio o corral, bastante plano y enlozado, a que llaman buitrón de donde toma nombre este beneficio. Sirve la sal para separar del metal los ácidos que contiene y que embarazarían
la acción del azogue, a cuyo efecto la mezclan también cuando la necesita con tierra mineral, cieno u otras materias. En esta preparación consiste ciertamente la ciencia del beneficiador, y en dejar la plata en aquellas partículas diminutísimas separadas de las otras con quien ha estado unida, para que entrando después en azogue se una con éste y salga convertida en pella. Mezclan luego el azogue proporcionado, y formando unos montones piramidales a que llaman cuerpos, los incorporan o amalgaman pisándolos diariamente, añadiéndole azogue hasta que conocen tener el suficiente, siendo esto efecto de la práctica y de los ensayos en pequeño que hacen; pues si pusiesen más azogue del necesario se malograría el trabajo, y sucedería lo mismo no echándole el suficiente. Tárdase en esta operación, más o menos, según la calidad de los metales; aunque lo común en aquellos países es de ocho a diez días, y se reconoce cuando el beneficio ha llegado al verdadero punto de preparación en la apariencia que manifiesta el azogue amalgamado, y se indica por su color, figura y
movimiento en la puruña.
Los metales de oro, no siendo piritas auríferas, se muelen y amalgaman a un tiempo, para lo cual se ponen ya preparados en los trapiches o máquinas de moler. Éstas que se llaman bimbaletes, o chimbaletes, se componen de una gran piedra redonda enterrada en el suelo,
sobre la cual descansa otra igual colocada libremente. Tiene la inferior una canalización, y al medio de la de encima hay dos agujeros, por donde entran dos palos que sujetan a un madero, sobre el cual se apoya el operario y da movimiento al madero hacia uno y otro lado, con cuya operación se logra el beneficio quedando formada la pella en el canalizo. Hay otras máquinas que se llaman piruros; son también muy sencillas y sirven para el mismo efecto; de éstas se valen los indios pobres que no pueden costear otras más complicadas.
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