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Idea general del Reino del Perú, su Población, y sistema de gobierno

Idea general del Reino del Perú, su Población, y sistema de gobierno El imperio del Perú fundado por el emperador Inca Manco Capac, a mediados del siglo undécimo, según la opinión más prudente, descubierto y denominado con el nombre que hoy tiene el año de 1515, por una de las naves de Vasco Núñez de Balboa, Adelantado del Mar del Sur, y sometido a la dominación española en 1583 por el marqués don Francisco Pizarro, ha perdido mucho de aquella grandeza local que tenía en la época de la conquista y en el siglo siguiente. El año de 1718 se le separaron, por el Norte, las provincias del Reino de Quito, con el designio de erigir en virreinato la provincia de Santa Fe; y en el año de 1778 se le segregaron, por el Sur, todas las provincias interiores de la Sierra, desde la cordillera de Vilcanota, para formar el de Buenos Aires. Por estas desmembraciones se halla hoy reducido el Perú a una extensión de 365 leguas NS desde los 3º 35'' hasta los 12º 48" de latitud meridional, y de 126 EO por la parte que más, entre los 68º 56" y 70º 18" de longitud del meridiano de Cádiz. La ensenada de Tumbes lo separa, por el Norte, del Nuevo Reino de Granada; el río Loa lo divide, por el Sur, del desierto de Atacama y Reino de Chile. Por el mismo rumbo la cordillera de Vilcanota, en la altura de 14º, lo divide del Virreinato de Buenos Aires, de cuyas provincias lo aleja, por el Oriente, un desierto inmenso; y por el Oeste baña sus riberas el mar Pacífico. Todos los terrenos comprendidos entre los límites enunciados es muy desigual; y su singular forma la causa de su mucha fertilidad y variedad de temperatura que reúne, pudiendo decirse que se hallan en él todas las modificaciones que se experimentan en el globo. En los altos de la cordillera llamada la Sierra, reina un invierno perpetuo, y los habitantes de la Siberia y Kamshatka no tienen que envidiar a los del Alto Perú hasta donde se entiende el cuerpo inmenso de aquel mundo sobrepuesto, sin excepción de la parte situada dentro de la zona tórrida. Las entrañas de esta cordillera son una mole inmensa metálica de todo género, y sus llanuras y declives derraman con profusión toda especie de producciones minerales, salinas y terrestres. Sus lagunas son unos manantiales inagotables de sal común que, en los meses lluviosos, disuelve y extrae cantidad de sus aguas del fondo de sus terrenos, y se cristaliza en los meses de la estación seca por la falta de menstruo que se evapora en aquella elevada región de la atmósfera. En otros sitios cubren llanuras dilatadas el álcali mineral, la sal mirable y la magnesia vitriolante; y en su descenso brotan sobre escarpadas serranías el vitriolo y el alumbre conocidos allí con los nombres de cachino y mito, y cuyas vetas descompuso y sigue descomponiendo la poderosa mano del tiempo. En aquellas elevadas alturas, donde la suma delgadez y rarefacción del aire impiden la respiración de los animales, habitan sin embargo las diferentes especies de camello peruano: el guanaco, la llama, la alpaca y la vicuña, cuyas exquisitas lanas, especialmente la de las dos últimas, se comprenden entre las más preciosas del mundo. Y no obstante la suma elevación de esta cordillera sobre el nivel del mar, vistió la naturaleza sus alturas y precipicios de muchísimos vegetales de muy pequeña altura, pero de singular virtud y eficacia en la medicina. Tales son la yaceta, muchas especies de valeriana, geniana, polipodio, y otros géneros; y en los meses de las aguas, que es cuando se templa algo el rigor de los fríos, llega a madurar la quinua, la papa y la oca, que son propiamente los únicos frutos que producen aquellos parajes elevados. Bajando un escalón de los altos de esta Cordillera a los valles contiguos y quebradas, se experimenta el influjo de un temperamento sumamente benigno y tal vez el mejor de este globo. Allí equilibró la naturaleza los grados de frío y de calor, y templó con la proporcionada elevación y formación particular del terreno los ardores de la zona tórrida, igualmente que las heladas de la región suprema de la atmósfera. Este temperamento, semejante al de la primavera de Europa, es allí un verano perpetuo, y tan corta toda la diferencia, en los grados de calor del termómetro, entre la estación lluviosa y seca del año, que el tránsito de una a otra es casi imperceptible. Producen todos aquellos terrenos con igual fertilidad el maíz, el trigo, la cebada, la uva, el olivo, y los demás árboles frutales del continente europeo; y en las angostas quebradas que han profundizado los rápidos ríos que bajan por la cordillera, aumenta el calor la refacción de los rayos solares, y ambos lados se ven poblados de hermosas arboledas, que toman más y más incremento a proporción del descenso de los ríos y de la temperatura del calor. La extensa montaña real de los Andes, que verdaderamente es el fondo de la América meridional, tiene por límites la misma cumbre de la otra cordillera, y es otra modificación del terreno y temperamento propio a las provincias del alto Perú. En pocas partes ha penetrado el influjo humano a lo interior de sus inmensos y casi impenetrables bosques desde la conquista del Reino. Las innumerables plantas, arbustos y árboles que cubren con vicio y malezas aquellos terrenos, llenan la atmósfera de aire vital, a tal grado que en pocas partes del mundo hay ejemplo de mayor grado de salubridad y pureza. Desde allí propiamente empiezan los terrenos y los temperamentos de la zona tórrida. La fecundidad de la naturaleza se presenta aquí en su mayor vigor y hermosura; tanto los vegetales como los animales de toda clase y órdenes atraen la curiosidad y atención del filósofo; su gran número, variedad y hermosura exceden con asombro todos los términos de lo ordinario. Un grado subido e igual de calor, junto a una perenne humedad, son los grandes resortes que promueven allí las operaciones de la naturaleza, y nacen en aquellos fértiles terrenos la palma, la piña o ananá, el plátano tan vario, el algodón, el benéfico árbol de la quina y el cacao. De las vertientes de esta vasta y majestuosa serranía se junta el inmenso caudal de aguas del Amazonas, y desde su pie empiezan a extenderse unas dilatadas llanuras cuyos límites todavía ignoramos, tal vez porque la carencia de minerales de oro y plata, desconocidos hasta este tiempo sin duda por los misioneros apostólicos, únicos ocupados en aquellas regiones, no han podido atender a este objeto, dedicados a la civilización moral y política de las tribus de infieles que habitan las fronteras, de lo que se tratará más adelante. Por estas modificaciones de temperamentos y de terrenos de que goza el Reino del Perú, será fácil inferir su fertilidad y la multitud de sus producciones. Su población, según el censo formado en el año de 1791, consiste en un 1.076.102 personas, de todos sexos y edades, repartidas en diez ciudades, doce villas, novecientos sesenta y tres pueblos y cuatrocientas ochenta y una doctrinas, en las que se incluyen algunas haciendas, que por el número de los que la componen parecen pequeñas poblaciones y se hallan esparcidas por todo el Reino. Debe sin embargo advertirse que la enumeración del censo no es del todo exacta, pues las matrículas posteriores de algunos partidos muestran un aumento considerable al que numera el censo citado; y desde luego puede asegurarse, sin temor de errar, que asciende a 1.200.000 almas la población de aquel Virreinato. En los lugares correspondientes daremos noticia de lo perteneciente a cada provincia, con la distinción de las clases que la componen. Por ahora, baste decir que una gran parte de esta población debe considerarse ambulante, y que va con las minas andando continuamente de una a otra parte. Ya se halla en Huarochirí, ya en Pasco, y últimamente, donde se descubren nuevas vetas. Tampoco hay proporción en la población de las provincias, porque aumenta o disminuye según la extensión de éstas y la calidad de su terreno. Generalmente las de costa son las menos pobladas, y hay en ellas más españoles que indios. Por el contrario, en la Sierra el número de indios es muy superior al de los españoles, y también son las más pobladas. En cuanto al aumento o disminución que se nota en la población, es punto demasiado interesante para que dejemos de tratarlo. Todas las poblaciones de españoles, que no son minerales, en que la población es vaga, precaria y casual, como en Lima, Arequipa, Trujillo y otros pueblos de menos nombre, van en conocido aumento; y desde mediados del siglo próximo habrá subido una mitad o una tercera parte lo menos el número de su vecindario. Las causas de este adelantamiento son bien conocidas. Primera, lo que se ha facilitado la navegación por el Cabo de Hornos; segunda, las frecuentes expediciones de tropa veterana, que los más se quedan; tercera, la libertad de comercio; y cuarta, la continua introducción de negros. De manera que dos partes del mundo, la Europa y el África, concurren a porfía para poblar la América. A estas causas generales y positivas del aumento de la población, se deben añadir otras negativas. No se experimentan hambres en aquellos países, porque el terreno es muy grande relativamente a la población; tampoco hay guerra, y en una palabra, la América es un país en que la población continuamente gana y nunca pierde; y si tal vez no se hace demasiado palpable este aumento es porque lo impide la mucha extensión del terreno. No sucede así con la población india; ésta pierde y nunca gana. Es verdad que por las últimas revistas han resultado más indios contribuyentes o tributarios que los que había antes de la rebelión del indio Tupac Amaru, en los años de 1780 y 1781; pero esto nada prueba contra nuestra opinión. Aclararemos esto. Si el aumento o disminución ha de considerarse con respecto a las matrículas que regían antes del levantamiento, hay sin duda hoy más de la mitad de indios de los que entonces había; mas como por otra parte sabemos que en la guerra suscitada con el levantamiento murieron a lo menos diez mil indios, y acaso cuatrocientos españoles y mestizos, y a pesar de esto se cuentan hoy más indios de los que había antes de la sublevación, es preciso convenir en que las matrículas, anteriores a esta época, eran muy diminutas. Detengámonos en su examen. Al entregar el mando de aquel Reino el Conde de Superunda, en 1761, a su sucesor Don Manuel Amat, le dejó en su relación de gobierno seis cientos doce mil setecientos ochenta indios de ambos sexos y de todas edades, desde Lipe hasta Tumbez. El señor Amat, después de quince años de gobierno, dejó el virreinato a Don Manuel Guirior, con seiscientos setenta y seis mil seiscientos noventa y seis indios, de modo que ya se adelantó algo en las matrículas que se hicieron en su tiempo. En revisitas actuales, como la del Superintendente General de Hacienda Don Joseph Escobedo, por los años de 1781, ascendió el número de indios de ambos sexos a seiscientos diez mil ciento noventa, y los contribuyentes a ciento cuarenta y un mil doscientos cuarenta y ocho. En la última razón que pidió el Virrey Sr. Don Francisco Gil y Lemus a su entrada al Virreinato, se numeraron seiscientos ocho mil novecientos doce: y sin duda esta enumeración se hizo muy por encima, puesto que se encuentra en ella menos indios que en la del señor Escobedo. Posteriormente se han ido practicando las revisitas de los varios partidos del Virreinato, y por ellas consta que el ramo de tributos, que a la entrada del señor Lemus importaba 853.000 pesos, asciende hoy a 885.000, lo que prueba que la enumeración hecha en el año del gobierno del señor Lemus es defectuosa y diminuta, por que el aumento de los tributarios es una prueba del aumento de indios pobladores. Resta sólo advertir que los seiscientos doce mil indios que dejó el Conde de Superunda, y los setecientos sesenta y un mil que numeró el señor Amat, se entienden de los que contenían los dos Virreinatos de Lima y Buenos Aires; por manera que en el de Lima sólo hay siete mil almas más de las que dejó el Señor de Superunda en una y en otra; cosa a la verdad imposible después de la excesiva mortandad que causó la rebelión y de las causas físicas que contribuyen a su menoscabo. He aquí una prueba evidente de lo defectuoso de las primeras matrículas. El mismo resultado nos da la cuenta hecha por los tributos. En el año de 1777 importaba toda la masa de ellos 485.999 pesos en ambos Virreinatos; y en el día, en sólo el de Lima, asciende a 900.000 pesos, que es casi una mitad más, en este último, respecto de lo que en otros tiempos producían ambos. Concluyamos, pues, que en realidad había en los dos Virreinatos cien mil indios más de los que se encuentran ahora, en suposición de que murieran otros tantos en el levantamiento; y de aquí que la población india ha perdido efectivamente, aunque haya ganado la contribución de tributos; y que si aquella falla no se hace sentir notablemente consiste en el mejor uso que se hace de los indios que el que se hacía antiguamente. Concurren también para esta disminución de los indios muchas causas físicas y naturales. Para la procreación de indios es necesario el concurso de dos de su especie; cuando para la de cualquiera otra basta uno. Además los españoles como era natural, han ocupado las mejores tierras, y desde luego puede asegurarse que, dondequiera que se sitúa el español, ya el indio no puede prosperar. Aquél come en un día lo que este no consume en quince, y con lo que el español hace una hacienda regular se mantendrían cien familias de los indios con sus chacarillas. Agréguese lo que arruinó a esta nación la peste de mediados del siglo, lo que consumen sus trabajos en las minas, las violencias que el gobierno no puede remediar porque no las ve, y se conocerá que la población de indios va en una conocida disminución, y que es preciso que se vaya reduciendo a medida que se aumente la de españoles, mestizos y otras castas. Es de advertir que, aunque en general crezca la masa total de la población, ofrece la mayor atención que este aumento de pobladores es de número, y no de calidad: desertores marineros, polizones, vagos, gente sin otra fortuna que su persona, poca distinción y mucho pueblo, de éstos se van llenando las principales poblaciones, lo están ya los minerales, y abunda no poco la capital, siendo verdaderamente los zánganos de la colmena que sirven sólo para comerse lo que otros trabajan y dar que entender a las justicias. El gobierno político del Reino se compone del Virrey, que como imagen del Soberano goza de la jurisdicción de hacer en él cuanto el Rey haría, exceptuando sólo aquello que expresamente les esté prohibido. Por esta consideración y para desempeñar con acierto la grande confianza que disfrutan del Soberano, tienen los Virreyes los tribunales, magistrados y demás jueces subalternos de que dimos noticia en el primer capítulo, y ha creado el Rey para que, sirviéndoles de auxiliares, puedan expedir con más facilidad y esmero las graves atenciones de su alto mando. Con semejante intento se crearon también, en los principios de la conquista, los jueces inferiores y los encomenderos; pero abusando éstos de las regalías concedidas por la piedad de los reyes, degeneraron en opresores de los mismos indios, dando mérito justo a que variando de sistema se establecieran corregidores y párrocos, para que por los primeros, en lo temporal, y en lo espiritual los segundos, lograse aquella nación el desagravio de sus justas quejas. En estos últimos jueces territoriales estaba reunida la obligación de administrar justicia y la de cobrar los reales tributos, de cuyos ramos disfrutan sus respectivos salarios. Varias consideraciones políticas obligaron, con el transcurso del tiempo, a que se les permitiese el comercio y repartimiento de aquellos efectos que parecían útiles y convenientes al provecho y utilidad de los indios. A este fin se formaron tarifas arregladas a las circunstancias locales de las provincias, y S. M. las aprobó en Real cédula de 5 de junio de 1751. No puede negarse el celo y santos fines conque el gobierno autorizó este permiso; pero la experiencia, al toque de los sucesos, dio a conocer con verdad que la vara del mercader es incompatible con la de la Justicia. Ésta fue la causa de que S. M., a petición de los principales Jefes y Prelados de todo el reino, y movido por último de las conmociones a que había dado lugar en la desgraciada época de 1780, mándase la abolición de los repartos, estableciendo el nuevo sistema de intendencias, que actualmente rige desde el año de 1784. Por este sistema se halla dividido el Virreinato de Lima en ocho intendencias, y subdivididas éstas en cincuenta y dos partidos, gobernado cada uno por un jefe que, con el título de Subdelegado, lo rige y administra justicia. A éstos celan sus jefes inmediatos, los Intendentes respectivos, y estos magistrados, vigilados igualmente por los Virreyes, son los órganos por donde éstos expiden sus providencias y se instruye muy cumplidamente del estado del Reino, por la facilidad que les presta a los Intendentes la mayor cercanía de los partidos para conocer radicalmente los vicios, como por el resultado de las visitas anuales que deben hacerse en ellos. Nómbranse los Subdelegados a propuesta del Intendente, con aprobación del Rey; y el tiempo de su gobierno está limitado a cinco años. Se ha hecho un problema, entre los políticos, lo de si era o puede ser útil o perjudicial a los indios el amplio permiso de los repartimientos, alegando cada uno varias razones en apoyo de su opinión; pero no es este lugar oportuno de detenernos en tales investigaciones. Después que, en el capítulo siguiente, hayamos delineado el carácter particular que constituye al indio, podremos tratar con más acierto está escrupulosa materia. Lo que desde ahora puede asegurarse es que las Intendencias se establecieron en una bellísima coyuntura, y que han producido al Perú beneficio singular. Aún no había respirado el reino de la mortandad y destrozo que le ocasionó el levantamiento del infeliz Tupac Amaru, y siendo sumamente odioso en aquella época el nombre de Corregidor, debía ser muy bien recibido de los indios cualquier género de mudanza en el gobierno. Supieron desde luego que iban a tener magistrados revestidos de mayor autoridad, a quienes acudiesen a pedir justicia en los agravios de sus inmediatos jefes, sin necesidad de emprender viaje a Lima a solicitar la protección del Virrey. Luego que se presentaron los Intendentes los recibieron con mil aclamaciones, fiestas y regocijos, como que todos esperaban mejorar de suerte juzgando que había llegado el tiempo de su felicidad. Con efecto, se han mejorado mucho de los males pasados. Es más fácil ahora el recurso de los indios, los Subdelegados no tienen el poder despótico de los Corregidores, y habiéndose actuado en varias provincias la remensura de tierras se les ha dado a muchos indios, que carecían de ellas; se han radicado muchas familias, y no se advierten ya las frecuentes trasmigraciones de indios que antes se notaban. Los Intendentes, por su parte, han contribuido al remedio y adelantamiento de otros ramos, al reparo de los puentes arruinados, construcciones de otros nuevos, aperturas de camino y a otras diversas particularidades. En fin, a ellos se debe la nueva población del valle de Vitoc en la intendencia de Tarma, el nuevo camino de treinta leguas sobre el Guamuco, y otros muchos para la comunicación de la Montaña Real, valiéndose de los misioneros apostólicos de Ocopa, especialmente del Guardián padre Manuel Sobreviela, cuyos viajes y empresas son de los mejores adornos que tiene el Mercurio Peruano, ya varias veces citado por nosotros.
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