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Idea general de las minas del Perú

Idea general de las minas del Perú Método de su laboreo y beneficio de los metales, su producto, gobierno económico, giro de los mineros con los comerciantes de la capital; Minas del Potosí y Huancavelica; noticia de la expedición mineralógica a cargo del Barón de Nordenflith; tentativa de éste para establecer el método de beneficio que se sigue en la Sajonia; su resultado y examen comparativo de las experiencias practicadas con este nuevo método y el antiguo establecido en el Perú. No hay autor, español o extranjero, que tratando del Perú no se detenga a referir que el oro y la plata son frutos naturales que produce con abundancia su terreno; y aunque por la fertilidad de su suelo tampoco necesitan mendigar cosa alguna de los reinos animal y vegetal, para llenar todas las comodidades de la vida humana, lo cierto es que a faltarles aquellos cuerpos brillantes del mineral, alicientes de la industria y estímulo de las artes, dejaría de ser el objeto de la estimación y del aprecio. Ellos son unos preciosos partos de la tierra que, con su intrínseca excelencia, han merecido la estimación de los mortales. No hay nación que no anhele su posesión, así como hasta las más remotas procuran atraerse con sus efectos mercantiles aquella insignia de la opulencia, siendo al mismo tiempo los antiguos moradores del país los que menos participan de su beneficio, porque, desconociéndose entre ellos el lujo y la ambición, viven sumergidos en la indolencia, como porción hereditaria de sus mayores. Aunque antes del descubrimiento de América eran ya conocidas estas estimables producciones de la naturaleza, sirviendo como en el día para representar y determinar el precio de todas las cosas, puede sin embargo decirse que, desde la época de tan feliz acaecimiento, la abundancia de aquellos metales ha operado una revolución tal en las costumbres, en los usos y subsistencia de todos los pueblos, que casi han civilizado al mundo entero dando impulso al comercio y poniendo en movimiento las artes primitivas. Pero si tan apetecidas riquezas estuvieron reservadas por tantos siglos para la nación española, no las logran con todo sino a costa de los más penosos esfuerzos y de crecidos sacrificios. La Providencia sepultándolas en las entrañas de la tierra y en los parajes más rígidos y despoblados, ha dado a conocer nuevamente que en sus admirables combinaciones equilibra siempre el valor de sus dones con la dificultad para conseguirlos. No entraremos, por ahora, en el examen de los bienes y males que haya causado a la Península tan rica posesión, y contrayéndonos al estado actual aseguraremos que las minas más opulentas que se conocen han sido y son las del Perú, cuya inmensa cordillera, compuesta de una cadena de elevados montes, encierra, en su seno, con más o menos abundancia, sus preciosas vetas. Contábanse, por el año pasado de 1790, en toda la extensión del Virreinato, 399 haciendas o ingenios de beneficiar plata, y 121 piruros o chimbaletes de oro, y había entre todas 853 minas de ambos metales, distribuyendose en 784 de plata y 69 de oro, sin incluir los lavaderos. Los antiguos peruanos conocieron el uso de estos metales, empleándolos para su adorno en formas diferentes pero ya fuese por su rusticidad, ya porque desconocían la moneda o por otras causas cuya aclaración no pertenece a este lugar, lo cierto es que no podían adquirirlo sino extrayéndolo del centro de los ríos, o cuando alguna casual excavación de la tierra los descubría. Desde que España se apoderó de aquellos inmensos países, entabló el laboreo de las minas. Beneficiáronse al principio sus metales por medio de la fundición, mal o menos complicada, o por descomposición en las máquinas hidrostáticas, en cuya forma se continuó hasta 1571, en que Pedro Fernández de Velasco introdujo por la primera vez el uso del azogue para el beneficio por amalgamación o incorporación de este mineral con los metales molidos, sistema que se sigue en el día en todo aquel Virreinato. Al considerar las crecidas sumas de plata que se extraen anualmente de aquellos países para España, no es fácil concebir la dificultad que cuesta conseguirla en su origen. El ansia de riquezas y la fatigable pasión de los mineros, según se llaman los que se dedican a este ejercicio, puede sólo animarlos al sacrificio de lo que poseen por la remota esperanza de lo que han de adquirir. Lo particular es que, por lo común, la mayor parte de estos hombres son pobres, sin fortuna ni recursos, y se trata nada menos que de desentrañar cerros enteros para extraer la plata. Ésta, como hemos dicho antes, se produce comúnmente en los páramos y cordilleras de la región fría, a distancia del oro, que por lo regular se halla en los cálidos y serranías inferiores o menos elevadas; y así como aquélla sólo se encuentra en los senos de las montañas, el oro también se halla depositado en la superficie, por cuya razón se encuentra entre las aguas de los ríos o arroyos, mezclado con sus arenas, y más comúnmente en los sedimentos o depósitos que han dejado los aluviones o torrentes, formando capas horizontales o con la inclinación de las superficies por donde han corrido. En algunas partes suele estar tan superficial que forma sobre la tierra una especie de costra, a la cual dan el nombre de mantos, y en Nueva España el de placeres. Sacada esta costra ya no se encuentra señales de oro en el migajón de la tierra, siendo raro el encontrar el mineral de donde ha salido, aunque se sigan hasta las cabeceras los ríos de donde se saca; y en donde las aguas hacen remanso suelen hallarse pedazos de muchos gruesos que, por la redondez que tienen, se deja conocer han rodado por largo tiempo entre las demás piedras. Entre los varios pedazos o pepitas se hallan algunos muy particulares, por su tamaño como por la figura, estando el oro interpolado con la piedra. En unos pedazos sobresale más que en otros, y al contrario; de ellos algunos se remiten a España, y otros se funden allí para hacer la separación. El modo de buscar este oro consiste en lavar las arenas de los ríos y las tierras de los mantos, con lo cual se separan las partes pesadas de las más ligeras, quedando el oro en hojillas menudas y partículas largas, a manera de pajillas, en granos, y otros pedacillos más o menos gruesos. Con este arbitrio se encuentran, entre las piedras, las pepitas o pedazos gruesos que hacen la fortuna de los que se dedican a tal ejercicio. El Chocó y Chile han producido también prodigiosas cantidades de este mineral. Además de las minas de oro y plata ya referidas, se conocen en el Perú cuatro de azogue, cuatro de cobre y doce de plomo; pero no habiendo aún llegado éstas al incremento que debemos prometernos, nos abstendremos de hablar de ellas, ciñéndonos únicamente a tratar de la plata como artículo principal que constituye la riqueza de aquel Reino. Las vetas atraviesan el núcleo de los cerros con distintos rumbos e inclinaciones, y ordinariamente se hallan comprendidas por unas paredes laterales que allí llaman cajas. La primera operación que se hace para excavar las minas, es abrir un hueco, al cual llaman el corte, y a su entrada la boca-mina. Éste va siempre en solicitud de la veta siguiendo su misma dirección, que por lo común se inclina al horizonte, siendo rara la vez que se halla exactamente vertical. Su ancho varía no solo en minas diferentes, sino que en una sola veta se hallan partes cuyas dimensiones no guardan proporción con las anteriores o posteriores. Al pasó que se va trabajando la veta, sigue también profundizándose la mina; pero siendo natural que aquélla mude su primera dirección o que algún obstáculo particular interrumpa su rumbo primitivo, en estos casos se procura siempre seguir la dirección de la veta, formando con ella vueltas y revueltas en distintas direcciones, o abriendo nuevos conductos u obras muertas que guíen directamente a ella. Ocurre las más veces que, continuando el trabajo, se encuentre alguna rama de la veta cuyo aspecto demuestre ser rica, y en este caso se sigue también sus labores sin abandonar el de la primera mina. De este modo resulta una ramificación de conductos o ramales subterráneos que, procediendo de la mina primitiva, se extienden en distintas direcciones, abrazando un grande espacio de terreno; pero como no siempre es fácil ejecutarlas por las varias calidades de la tierra, las consideraciones que deciden el ánimo del minero para estas operaciones son las cuatro de utilidad, seguridad, comodidad y ventilación. Carécese de ésta, como es consiguiente, cuando las labores han llegado a cierta profundidad, y para dársela abren algunos conductos de comunicación con otros ramales que ya la tienen, o bien por medio de pozos perpendiculares que salen a lo exterior del cerro, y se llaman lumbreras. Sirven éstas también para la extracción y acarreo de los desmontes que va produciendo el trabajo; pero cuando esto no puede lograrse fácilmente lo conducen a lomo los apires o peones de carga. Es tan malo el piso que conduce a aquellas mansiones profundas que necesitan los operarios de toda su práctica y agilidad para poder franquearlos, y se encuentran saltos y escalones que apenas con trabajo pueden salvarse, echando el cuerpo sobre las paredes de la mina. No hay palabras que basten para dar una idea de la tristeza que inspiran tan solitarios lugares al que los pisa por la primera vez. Caminábamos nosotros por aquellas lóbregas cavernas, rodeados por todas partes de la más densa obscuridad, sin otro guía que la débil luz de una vela, y de cuando en cuando llegaban a nuestros oídos ciertas grandes voces que lanzaban los pobres trabajadores agobiados, cuando suben, bajo el peso de los metales, y retumbando por aquellas concavidades formaba unos de lo más lúgubres ruidos. La imaginación más apagada no podría resistirse a las sensaciones tristes y desapacibles que inspiran. La nuestra se suspendía tristemente en hacer reflexiones filosóficas sobre la vida agitada y miserable que llevan aquellos infelices, en el seno mismo de la abundancia y de las riquezas. Estos peones, que se llaman los apires, suben con un capacho de dos a cuatro arrobas a la espalda, y una vela puesta en un palo, a manera de tenaza, que llevan en la mano para ver los precisos puntos en que han de poner los pies en los malos pasos que a cada instante se presentan. Nosotros, expeditos y sin carga, necesitábamos estudiar cómo situar el cuerpo y pies para franquearlos. La economía, tal vez mal entendida, de muchos amos de minas las hace de difícil tránsito, contra su propia utilidad, exponiendo a los peones que salen cargados al inmenso riesgo de perder la vida en el menor desliz. Debemos advertir aquí que, cuando se entra por primera vez en las minas, se nota cierta descomposición de cuerpo, conocida allí con el nombre de macuraque, y no es otra cosa que una gran compresión de músculos en la violenta dilatación que se sufre, al subir y bajar, principalmente cuando son minas profundas. Dura algunos días, pero se desvanece enteramente al siguiente, si se vuelve a entrar en ella.
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